Según Antonio Segrelles (2001) la desertificación está íntimamente ligada a los procesos
de globalización económica. La economía mundial ha generado una especialización
de la producción en regiones, donde los países del Sur sobre explotan sus
recursos. Las producciones que se realizan en el Sur son disfrutadas en el
Norte, generando una inmensa deuda ecológica del Norte hacia el Sur.
Esta deuda ecológica tiene una de sus expresiones en la
pérdida de fertilidad de los suelos en la periferia. Por ejemplo, la
explotación maderera para liberar tierras para otros usos (mayoritariamente
ganaderos y agrícolas) o para su exportación, está íntimamente ligada a los
procesos de pérdida de suelo fértil en las selvas templadas. Otra causa
paradigmática de pérdida de fertilidad del suelo es la sobre explotación agrícola y ganadera, una intensificación que al final conduce a la pérdida de
fertilidad del suelo.
Pero el capitalismo predador en el que vivimos a escala
internacional también impulsa una creciente movilidad motorizada y un enorme
consumo energético, dos de las principales causas del cambio climático, el cual
incide también en la desertificación a nivel global. Las predicciones sobre la
evolución del clima apuntan a un aumento de los fenómenos meteorológicos
extremos como sequías o lluvias torrenciales y una menor disponibilidad de agua
dulce en muchas regiones del planeta, lo que agravará una gestión del agua ya
insostenible en muchos territorios. Consecuencias: el agotamiento de acuíferos,
la eliminación de caudales circulantes y la degradación de humedales.
Por último, el proceso de urbanización descrito para el
Estado español también tiene su correlato a nivel mundial, con idénticas
consecuencias nefastas para el suelo.
Según el Fida (2010). Con la excepción de la Antártida,
ningún continente es inmune a la desertificación. El problema es especialmente
grave en África, que alberga el 37 por ciento de las zonas áridas del planeta.
Aproximadamente el 66 por ciento de su superficie está formada por desiertos o
tierras secas. Los efectos de la desertificación también son graves en Asia,
que contiene el 33 por ciento de las zonas áridas del mundo.
Entre las zonas degradadas figuran las dunas de la
República Árabe Siria, la ladera empinada de las montañas de Nepal, los
desiertos de Australia y las tierras alta deforestadas de la República
Democrática Popular Lao. En América hay desiertos que se extienden desde el sur
del Ecuador por toda la costa del Perú hasta el norte de Chile. En Europa, la
desertificación afecta a España, Italia, Portugal y Turquía. Los efectos de la
desertificación se dejan sentir con frecuencia en lugares muy alejados de las regiones
donde esta se originó. Las partículas en suspensión en el aire influyen en la
formación de nubes y el régimen de lluvias. Las tormentas de polvo del desierto
de Gobi afectan a la visibilidad en Beijing. El polvo del Sáhara ha sido el
origen de problemas respiratorios en América del Norte y ha afectado a los
arrecifes del Caribe.
Según la UNEP la degradación de la tierra y, en su punto
extremo, la desertificación continúan siendo las cuestiones ambientales más
significativas en Asia Occidental (CAMRE, UNEP y ACSAD 1996), especialmente en
países donde el sector agrícola realiza un aporte considerable a la economía
nacional. Existe un vasto desierto en la región que comprende del 10 por ciento
en Siria a casi el 100 por ciento en Bahrein, Kuwait, Qatar y los Emiratos
Árabes Unidos. La desertificación afectó también a las extensas zonas de
pastizales en Iraq, Jordania, Siria y los países de la Península Arábiga. Entre
las causas se encuentra una combinación de clima, altos índices de crecimiento
demográfico y agricultura intensiva. La pobreza y las políticas gubernamentales
inadecuadas agravan el problema.